dimarts, 22 d’octubre del 2013

22/10/13. El dret a decidir. Articles de Javier Cercas i de Vargas Llosa després de la Via Catalana i respostes de Joan B. Culla i Vicenç Navarro


Benvolguts,

Articles de Javier Cercas i de Vargas Llosa i respostes de Joan B. Culla i Vicenç Navarro

Democracia y derecho a decidir


Es posible que en los últimos tiempos estemos viviendo en Cataluña una suerte de totalitarismo soft; o, por usar de nuevo el término de Pierre Vilar, una suerte de “unanimismo”: la ilusión de unanimidad creada por el temor a expresar la disidencia. El instrumento de esta concordia ficticia no es la violencia, sino el llamado derecho a decidir: quien está en favor del derecho a decidir no es sólo un buen catalán, sino también un auténtico demócrata; quien está en contra no es sólo un mal catalán, sino también un antidemócrata. Así las cosas, es natural que, salvo quienes sacan un rédito de ello, en Cataluña casi nadie se atreva a dudar en público de un derecho fantasmal que no ha sido argumentado, hasta donde alcanzo, por ningún teórico, ni reconocido en ningún ordenamiento jurídico; también es natural que nadie se resuelva a decir que, aunque parezca lo contrario, no hay nada menos democrático que el derecho a decidir. O, dicho de otro modo: ahora mismo, el verdadero problema en Cataluña no es una hipotética independencia, sino el derecho a decidir.

Me explico. En democracia no existe el derecho a decidir sobre lo que uno quiere, indiscriminadamente. Yo no tengo derecho a decidir si me paro ante un semáforo en rojo o no: tengo que pararme. Yo no tengo derecho a decidir si pago impuestos o no: tengo que pagarlos. ¿Significa esto que en democracia no es posible decidir? No: significa que, aunque decidimos a menudo (en elecciones municipales, autonómicas y estatales), la democracia consiste en decidir dentro de la ley, concepto este que, en democracia, no es una broma, sino la única defensa de los débiles frente a los poderosos y la única garantía de que una minoría no se impondrá a la mayoría. Ahora bien, es evidente que, con la ley actual en la mano, los catalanes no podemos decidir por nuestra cuenta si queremos la independencia, porque la Constitución dice que la soberanía reside en el conjunto del pueblo español (cosa nada rara: salvo la de la extinta Unión Soviética, que yo sepa, ninguna constitución ha reconocido jamás el derecho de que una parte del Estado se separe por su cuenta del resto). ¿Significa esto que los catalanes no tenemos derecho a decidir sobre nuestra independencia? A mi juicio, tampoco: si una mayoría clara e inequívoca de catalanes quiere la independencia, parece más sensato concedérsela que negársela, porque es muy peligroso, y a la larga imposible, obligar a alguien a estar donde no quiere estar. La pregunta se impone: ¿existe esa mayoría? Los partidarios del derecho a decidir sostienen que precisamente para eso, para saber si existe, es indispensable un referéndum (en este asunto, las encuestas no sirven, como comprobamos en las anteriores elecciones); pero, antes de usar ese recurso excepcional e imprevisible, cualquier político honesto y prudente usaría el recurso previsto por la ley: las elecciones. Quiero decir: unas elecciones en las que todos los partidos declaren, clara e inequívocamente, su posición sobre la independencia. En las últimas, los partidos inequívocamente independentistas (ERC más CUP) sumaron 24 diputados de 135: apenas un 17%. ¿Cuántos diputados sumarían los independentistas si en unas futuras elecciones el resto de partidos dijera con claridad si quiere la independencia o no? Eso es lo que deberíamos saber antes de tomar la vía azarosa del referéndum: si hay una mayoría de partidarios de la independencia, habrá que celebrar un referéndum; si no la hay, no.

“La democracia consiste en decidir dentro de la ley, que no es una broma”

Es dudoso que vayamos a tener una respuesta a la anterior pregunta, porque CiU sabe que si defiende la independencia en unas elecciones, las perderá (y antes se habrá roto por dentro: aún no sabemos si Convergència es independentista, pero sí sabemos que Unió no lo es), así que seguirá sin decir la verdad a sus electores; en cuanto a la izquierda, todo indica que seguirá atrapada en la telaraña ideológica que le ha tejido CiU –de ahí que acepte el derecho a decidir–, cavando su propia tumba y minando la democracia. No veo otra forma de decirlo: se puede ser demócrata y estar a favor de la independencia, pero no se puede ser demócrata y estar a favor del derecho a decidir, porque el derecho a decidir no es más que una argucia conceptual, un engaño urdido por una minoría para imponer su voluntad a la mayoría.

El derecho a decidir

Si crece el nacionalismo, más próximo al acto de fe que a la cultura democrática, destruirá otra vez el porvenir de España. Por eso hay que combatirlo sin complejos en nombre de la libertad


El mejor artículo que he leído sobre el tema del independentismo catalán, que, aunque parezca mentira, está hoy en el centro de la actualidad española, lo ha escrito Javier Cercas, que es tan buen novelista como comentarista político. Apareció en El País Semanal el 15 de septiembre y en él se desmonta, con impecable claridad, la argucia de los partidarios de la independencia de Cataluña para atraer a su bando a quienes, sin ser independentistas, parezcan serlo, pues defienden un principio aparentemente democrático: el derecho a decidir.

Allí se explica que, en una democracia, la libertad no supone que un ciudadano pueda ejercerla sin tener en cuenta las leyes que la enmarcan y decidir, por ejemplo, que tiene derecho a transgredir todos los semáforos rojos. La libertad no puede significar libertinaje ni caos. La ley que en España garantiza y enmarca el ejercicio de la libertad es una Constitución aprobada por la inmensa mayoría de los españoles (y, entre ellos, un enorme porcentaje de catalanes) que establece, de manera inequívoca, que una parte de la nación no puede decidir segregarse de ésta con prescindencia o en contra del resto de los españoles. Es decir, el derecho a decidir si Cataluña se separa de España sólo puede ejercerlo quien es depositaria de la soberanía nacional: la totalidad de la ciudadanía española.

Ahora bien, Cercas dice, con mucha razón, que si hubiera una mayoría clara de catalanes que quiere la independencia, sería más sensato (y menos peligroso) concedérsela que negársela, porque a la larga es “imposible obligar a alguien estar donde no quiere estar”. ¿Cómo saber si existe esa mayoría sin violar el texto constitucional? Muy sencillo: a través de las elecciones. Que los partidos políticos en Cataluña declaren su postura sobre la independencia en la próxima consulta electoral. Según aquel, si Convergencia y Unión lo hiciera, perdería esas elecciones, y por eso ha mantenido sobre ese punto, en todas las consultas electorales, una escurridiza ambigüedad. Al igual que él, yo también creo que, a la hora de decidir, el famoso seny catalán prevalecería y sólo una minoría votaría por la secesión.

El soberanismo avanza y no hay una movilización contra los mitos, las mentiras y la demagogia

¿Por cuánto tiempo más? Cara al futuro, tal vez Javier Cercas sea más optimista que yo. Viví casi cinco años en Barcelona, a principios de los setenta –acaso, los años más felices de mi vida- y en todo ese tiempo creo que no conocí a un solo nacionalista catalán. Los había, desde luego, pero eran una minoría burguesa y conservadora sobre la que mis amigos catalanes –todos ellos progres y antifranquistas- gastaban bromas feroces. De entonces a hoy esa minoría ha crecido sin tregua y, al paso que van las cosas, me temo que siga creciendo hasta convertirse –los dioses no lo quieran- en una mayoría. “Al paso que van las cosas” quiere decir, claro está, sin que la mayoría de españoles y de catalanes que son conscientes de la catástrofe que la secesión sería para España y sobre todo para la propia Cataluña, se movilicen intelectual y políticamente para hacer frente a las inexactitudes, fantasías, mitos, mentiras y demagogias que sostienen las tesis independentistas.

El nacionalismo no es una doctrina política sino una ideología y está más cerca del acto de fe en que se fundan las religiones que de la racionalidad que es la esencia de los debates de la cultura democrática. Eso explica que el President Artur Mas pueda comparar su campaña soberanista con la lucha por los derechos civiles de Martin Luther King en los Estados Unidos sin que sus partidarios se le rían en la cara. O que la televisión catalana exhiba en sus pantallas a unos niños adoctrinados proclamando, en estado de trance, que a la larga “España será derrotada”, sin que una opinión pública se indigne ante semejante manipulación.

El nacionalismo es una construcción artificial que, sobre todo en tiempos difíciles, como los que vive España, puede prender rápidamente, incluso en las sociedades más cultas –y tal vez Cataluña sea la comunidad más culta de España- por obra de demagogos o fanáticos en cuyas manos “el país opresor” es el chivo expiatorio de todo aquello que anda mal, de la falta de trabajo, de los altos impuestos, de la corrupción, de la discriminación, etcétera, etcétera. Y la panacea para salir de ese infierno es, claro está, la independencia.

¿Por qué semejante maraña de tonterías, lugares comunes, flagrantes mentiras puede llegar a constituir una verdad política y a persuadir a millones de personas? Porque casi nadie se ha tomado el trabajo de refutarla y mostrar su endeblez y falsedad. Porque los gobiernos españoles, de derecha o de izquierda, han mantenido ante el nacionalismo un extraño complejo de inferioridad. Los de derechas, para no ser acusados de franquistas y fascistas, y los de izquierda porque, en una de las retractaciones ideológicas más lastimosas de la vida moderna, han legitimado el nacionalismo como una fuerza progresista y democrática, con el que no han tenido el menor reparo en aliarse para compartir el poder aun a costa de concesiones irreparables.

Así hemos llegado a la sorprendente situación actual. En la que el nacionalismo catalán crece y es dueño de la agenda política, en tanto que sus adversarios brillan por su ausencia, aunque representen una mayoría inequívoca del electorado nacional y seguramente catalán. Lo peor, desde luego, es que quienes se atreven a salir a enfrentarse a cara descubierta a los nacionalistas sean grupúsculos fascistas, como los que asaltaron la librería Blanquerna de Madrid hace unos días, o viejos paquidermos del antiguo régimen que hablan de “España y sus esencias”, a la manera falangista. Con enemigos así, claro, quién no es nacionalista.

Pertenecer a una nación no puede ser un valor porque ello deriva en xenofobia y racismo

Al nacionalismo no hay que combatirlo desde el fascismo porque el fascismo nació, creció, sojuzgó naciones, provocó guerras mundiales y matanzas vertiginosas en nombre del nacionalismo, es decir, de un dogma incivil y retardatario que quiere regresar al individuo soberano de la cultura democrática a la época antediluviana de la tribu, cuando el individuo no existía y era solo parte del conjunto, un mero epifenómeno de la colectividad, sin vida propia. Pertenecer a una nación no es ni puede ser un valor ni un privilegio, porque creer que sí lo es deriva siempre en xenofobia y racismo, como ocurre siempre a la corta o a la larga con todos los movimientos nacionalistas. Y, por eso, el nacionalismo está reñido con la libertad del individuo, la más importante conquista de la historia, que dio al ciudadano la prerrogativa de elegir su propio destino –su cultura, su religión, su vocación, su lengua, su domicilio, su identidad sexual- y de coexistir con los demás, siendo distinto a los otros, sin ser discriminado ni penalizado por ello.

Hay muchas cosas que sin duda andan mal en España y que deberán ser corregidas, pero hay muchas cosas que asimismo andan bien, y una de ellas –la más importante- es que ahora España es un país libre, donde la libertad beneficia por igual a todos sus ciudadanos y a todas sus regiones. Y no hay mentira más desaforada que decir que las culturas regionales son objeto de discriminación económica, fiscal, cultural o política. Seguramente el régimen de autonomías puede ser perfeccionado; el marco legal vigente abre todas las puertas para que esas enmiendas se lleven a cabo y sean objeto de debate público. Pero nunca en su historia las culturas regionales de España –su gran riqueza y diversidad- han gozado de tanta consideración y respeto, ni han disfrutado de una libertad tan grande para continuar floreciendo como en nuestros días. Precisamente, una de las mejores credenciales de España para salir adelante y prosperar en el mundo globalizado es la variedad de culturas que hace de ella un pequeño mundo múltiple y versátil dentro del gran teatro del mundo actual.

El nacionalismo, los nacionalismos, si continúan creciendo en su seno como lo han hecho en los últimos años, destruirán una vez más en su historia el porvenir de España y la regresarán al subdesarrollo y al oscurantismo. Por eso, hay que combatirlos sin complejos y en nombre de la libertad.

© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2013.

© Mario Vargas Llosa, 2013.

El marqués perplejo

Produce tristeza ver a todo un premio Nobel como Vargas Llosa compartir tesis con el columnismo mesetario más cerril


El pasado domingo leímos sin sorpresa y con tristeza en EL PAÍS el durísimo alegato de Mario Vargas Llosa contra la aspiración independentista hoy floreciente en Cataluña. Sin sorpresa, porque hace ya muchos años que el escritor arequipeño puso en el punto de mira de su afilada pluma todos aquellos aspectos de la evolución sociopolítica catalana que tienden a reafirmar la identidad nacional de este país. Pero con cierta tristeza de ver a todo un premio Nobel compartir tesis con el columnismo mesetario más cerril, e invocar contra el nacionalismo argumentos pretendidamente universales y genéricos que, de hecho, sólo le sirven para abominar del nacionalismo catalán, de ningún otro.

Sostiene así el marqués de Vargas Llosa que “pertenecer a una nación no es ni puede ser un valor (...), porque creer que sí lo es deriva siempre en xenofobia y racismo”. Entonces Roosevelt, Churchill, De Gaulle, Kennedy, Havel, Mandela, Obama y todos los demás líderes democráticos del siglo XX que han apelado al sentimiento nacional de sus respectivos compatriotas, a su orgullo, a su movilización, a su unidad, a su espíritu de sacrificio..., ¿eran unos xenófobos y unos racistas redomados, unos opresores de la libertad individual? ¡Quién nos lo iba a decir!

Pero, del artículo del novelista hispano-peruano, hay un punto concreto en el que quisiera centrar mi atención, porque el autor parece extraer de él una especial autoridad para pontificar sobre qué le conviene y qué no a Cataluña. Es la vieja cantilena del “viví casi cinco años en Barcelona” —de hecho apenas cuatro, entre el verano de 1970 y julio de 1974— “y en todo ese tiempo creo que no conocí a un solo nacionalista catalán. Los había, desde luego, pero eran una minoría burguesa y conservadora...”.

Es harto sabido que el talento literario, ni siquiera el premio Nobel, no garantizan el acierto ni la coherencia políticas

Vayamos por partes. En primer lugar, está ese pequeño detalle llamado franquismo. Tal vez Vargas Llosa no lo sepa, pero la dictadura no sólo amordazaba las libertades individuales, sino también las colectivas: la exhibición de la bandera, el uso público e institucional de la lengua, la reivindicación del autogobierno... Ese tipo de demandas podían resultar invisibles para un foráneo, sobre todo si no se acercaba a los círculos pertinentes. Y parece obvio que el autor de La casa verde no lo hizo.

Lo cual nos lleva a la cuestión de cuál fue el ambiente barcelonés de Vargas Llosa, quiénes los guías nativos que le explicaron Cataluña. Porque si, como le ha sucedido estos últimos lustros, fueron guías del modelo Vidal-Quadras, entonces ya se entiende que no conociera a ningún nacionalista ni calibrarse la importancia de la cuestión nacional. Y bastante de eso sucedió, a juzgar por los nombres de algunos de sus “amigos progres y antifranquistas”.

Pero aún así cuesta creer que, tras haber asistido por unas horas al encierro de intelectuales de diciembre de 1970 en Montserrat, Vargas Llosa no supiera que el manifiesto finalmente aprobado allí incluía entre sus reivindicaciones “los derechos de los pueblos y naciones que forman el Estado español, incluído el derecho de autodeterminación”. O que nadie le contase que, un año después, una de las cuatro demandas fundacionales de la Assemblea de Catalunya hacía referencia al “pleno ejercicio del derecho de autodeterminación”. ¿Nunca oyó hablar de Jordi Carbonell, de Josep Benet, de Josep Pallach, de los jóvenes comunistas e independentistas del PSAN? ¿O es que, para la gauche divine entre la que se movía, esos también eran burgueses y conservadores?

En fin, es harto sabido que el talento literario, ni siquiera el premio Nobel, no garantizan el acierto ni la coherencia políticas. Si fuese menester una prueba, la más contundente la darían los movimientos zigzagueantes de Mario Vargas Llosa por el damero ideológico latinoamericano. Panegirista inicial de la revolución cubana, favorable al nacionalismo de izquierdas del general Velasco Alvarado, luego paladín del liberalismo, en 2011 dio un apoyo tal vez decisivo a la elección presidencial de Ollanta Humala, líder fundador del... ¡Partido Nacionalista Peruano!

Al parecer, también en esto del nacionalismo hay clases.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.


Article publicat per Vicenç Navarro al diari digital EL PLURAL, i en català al diari digital EL TRIANGLE, 21 d’octubre de 2013

Aquest article analitza el nacionalisme espanyolista i les seves arrels racials i com apareixen en les postures de Vargas Llosa i de José M. Aznar.

L’escriptor i Premi Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, ha escrit un article a El País (“El derecho a decidir”. 22.09.13) en el qual critica el moviment popular que existeix a Catalunya a favor del dret a decidir, indicant que les arrels d’aquest moviment estan basades en el nacionalisme català que, “com tot nacionalisme, està basat en un racisme i xenofòbia”. Indica així l’escriptor Vargas Llosa que aquest moviment és un moviment que “com tots els nacionalismes, pot portar al país al subdesenvolupament i a l’obscurantisme…., com pot ocórrer aquí a Espanya si es permet el floriment d’aquest nacionalisme català”. Per aquest motiu conclou que “cal combatre’l sense complexos”.

Ja que aquesta visió del que s’anomena el nacionalisme català està bastant estesa als cercles conservadors i liberals de l’establishment espanyol basats a Madrid, que contínuament es refereixen a les sensibilitats polítiques a Espanya que exigeixen que es reconegui la seva identitat nacional (a Catalunya, al País Basc i a Galícia) com els “nacionalistes”, es requereix un aclariment i resposta. En primer lloc, la manera de dividir i catalogar els partits o sensibilitats polítiques existents a Espanya entre partits espanyols versus partits nacionalistes és ja en si profundament nacionalista, doncs imposa el criteri del nacionalisme espanyolista a tots els altres. Implica una visió d’Espanya (característica d’aquest nacionalisme), que nega la possibilitat d’una altra visió d’Espanya en la qual càpiguen diverses nacions dins de l’Estat espanyol. Aquesta visió excloent es va imposar per la força pels grups colpistes del 1937 que es van autodefinir com “els nacionals”, és a dir, els que defensaven la nació espanyola enfront dels “separatistes”, ignorant que la majoria dels seus oponents no demanaven la secessió, sinó que tenien una altra visió d’Espanya, considerant-la com un país amb diferents pobles i nacions que volien viure en fraternitat.

Aquesta darrera visió no es va acceptar i va vèncer –amb l’ajuda de Hitler i Mussolini- la visió excloent que ha dominat la història d’Espanya. I és aquest nacionalisme el que és més dominant i opriment a Espanya (veure el meu article “El nacionalisme espanyolista” publicat a Público 22.07.13, i a El Plural 05.08.13), hereu de l’imperialisme castellà (és per aquest motiu que l’idioma espanyol oficial és el castellà, i que a Amèrica Llatina és també el castellà), que va tenir i continua tenint una base explícitament racista. Durant molts anys, el Dia Nacional, és a dir, el dia de la Hispanitat (12 d’octubre) es deia el Dia de la Raça, en el qual es celebrava l’extermini de la població nadiua i indígena del continent Llatinoamericà, nacionalisme que el Sr. Vargas Llosa mai no ha criticat i, en canvi, ha promogut. Mario Vargas Llosa, escriptor i polític peruà, ha anat perpetuant “l’acció civilitzadora” de la Mare Pàtria, Mare per als espanyols que, fins i tot després d’independitzar-se d’ella, van contribuir a aquell genocidi. La insensibilitat de l’escriptor cap a la causa indígena i el seu necessari alliberament és ben coneguda al Perú i a l’Amèrica Llatina. I la reproducció d’aquest nacionalisme, clarament racista, ha estat la seva funció.

A Espanya, aquesta cultura de conquesta es considera un element d’orgull i identitat nacional, havent-se definit, com vaig indicar anteriorment, les forces colpistes del 1936 (que es van revoltar enfront d’un govern democràticament constituït) com les forces nacionals, que van imposar amb tota brutalitat el seu nacionalisme espanyolista. I la Constitució Espanyola, fruit d’un enorme domini de les forces hereves del franquisme en el procés immodèlic de la transició d’una dictadura a una democràcia, va sacralitzar aquest nacionalisme espanyolista en el seu article que parla de la “indissolubilitat de la Nació espanyola, pàtria indivisible de tots els espanyols”, assignant l’Exèrcit, hereu de l’Exèrcit victoriós del cop militar del 1936 com a guardià d’aquesta unitat. Cada any, el Dia Nacional va acompanyat d’una desfilada militar, presidit pel garant de la unitat sagrada de la Pàtria, el Monarca, que porta l’uniforme militar.

Enfront d’aquest nacionalisme dominant existeixen els nacionalismes dominats que requereixen una mobilització, en el cas català, en la seva identitat cultural, idiomàtica i històrica, i que no té res a veure amb la raça o el grup ètnic, ja que la seva composició –la de Catalunya- és variada, a l’ésser en si un país d’immigrants que, de no haver-hi el desig de permanència, pot diluir la seva identitat fàcilment. D’aquí la necessitat que a Catalunya, l’idioma original de la qual és el català, aquest hagi de ser el vehicular, sense desmerèixer la importància i valor del castellà, que enriqueix també Catalunya. Vargas Llosa, un home de dretes, de sensibilitat econòmica ultraliberal, amb un nacionalisme espanyolista arrelat (del qual és probable que ni s’adoni), considera el català com un idioma provincial, de segona categoria, enfront del castellà. I en això no hi veu res, de dolent. El nacionalisme opriment és com el racisme. El que el reprodueix ni se n’adona, d’això.

Però el cas ja més accentuat del nacionalisme espanyolista és el de l’expresident Aznar. Amb tota serietat i amb tota contundència, acaba d’afirmar (el que ha dit milers de vegades) que “els nacionalismes” estan destruint Espanya, sense passar-li pel cap que és el seu nacionalisme espanyolista el que està destruint Espanya. Aquest senyor no veu res d’opriment al seu somni, expressat en més d’una ocasió quan era President del país, que el sistema de transport espanyol, per exemple, havia de ser radial, centrat a Madrid, de manera que cap capital de província estigués més lluny de la capital del Regne que quatre hores. Aquest senyor no té ni la capacitat d’entendre que aquest Estat espanyol és percebut com opriment per milions d’espanyols, precisament per la seva concepció d’Espanya. Aquest personatge és una fàbrica d’independentistes a Catalunya, ja que la identificació d’Aznar amb l’Estat espanyol fa a aquest Estat molt poc atraient per a la majoria de la població de Catalunya. És comprensible que un nombre cada cop major de catalans consideri que aquest Estat, resultat d’una transició immodèlica, dominat pels hereus de la dictadura, no és el seu Estat.

I pel que veig en les meves visites al llarg d’Espanya, un nombre creixent d’espanyols a la resta d’Espanya està arribant també a una mateixa conclusió: aquest Estat tampoc no els representa i no és tampoc el seu Estat. Estan ja sorgint diversos moviments al llarg del territori espanyol enfront d’aquest Estat espanyol, controlat pels hereus de la dictadura que “no ens representa”. Una nova cooperació s’està establint que pugui ser les bases per a una nova Catalunya i una nova Espanya.

En realitat, mai a la història espanyola els seus diferents pobles i nacions no es van sentir tan agermanats com en el període de lluita contra el feixisme i quan van lluitar per una altra Espanya, amb una altra visió del que hauria de ser aquest país. Va ser llavors quan el president més popular que Catalunya hagi tingut, el President Companys, va cridar “Madrid, Catalunya us estima”, que va ser aclamat a la Pl. Sant Jaume, la mateixa plaça que ara sent el crit pro independència, exclamat per espanyols i catalans que viuen i treballen a Catalunya, que estan ja farts, no d’Espanya i dels seus pobles i nacions, sinó de l’Estat espanyol que ens oprimeix a tots, a banda i banda de l’Ebre.

El “no ens representen” ressona avui a tots els racons d’Espanya. Però l’establishment espanyol basat a Madrid encara no ho entén, ja que continua defensant els seus privilegis, interpretant erròniament el que succeeix a Catalunya, com una mera manipulació de la realitat per la dreta catalana quan aquesta està sent desbordada per un moviment polític social genuïnament popular. I els Vargas Llosa i els Aznar d’Espanya estan contribuint a això, amb les seves declaracions que compten, com sempre, amb àmplies caixes de ressonància. El Triangle, una de les revistes amb major agudesa política a Catalunya, els definia com “els pares de la pàtria catalana”. º L’esperança és que aquesta nova Catalunya sorgeixi alhora que una altra Espanya que, arrelada en la tradició republicana pugui afavorir la fraternitat i solidaritat entre elles.

Vicenç Navarro

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