dimecres, 16 d’octubre del 2013

16/10/13. En Salvador Cardús filosofa sobre les majoríes silencioses i les contraposa a les majories silenciades dels règims dictatorials


Benvolguts,

Una bona reflexió de Salvador Cardús a La Vanguardia.

Ja sabem que tenim dret a decidir i ara volem exercir-lo. Mentre no l’exercim, com diu l’articulista: mientras no sea posible hacer una consulta, en lugar de mayorías silenciosas, lo que tendremos serán mayorías silenciadas.

Llegiu-vos dues o tres vegades, sobretot els que no vareu viure el franquisme, el paràgraf de José Ribas a l’Ajoblanco. Molt ben explicat quan compara la majoria silenciosa amb la por del franquisme sociològic, la mayoria silenciada!

De fet crec que no s’ha parlat gaire de qui va lluitar contra el franquisme. Doncs resulta que varem ser els catalans! Quines organitzacions antifranquistes tenien a Espanya? Tenien quelcom semblant a una Assemblea de Catalunya, que era el poble organitzat? Se’ls hauria mai acudit de llençar el crit de Llibertat, Amnistia, i Estatut d’autonomia? Doncs no! Ells eren la majoria silenciosa que ara reclama la Camacho. Que bé que viuries Camacho en aquella sufocant España de Las Cortes i los tercios sindicales, i el Consejo de Ministros del Franco, el Fraga i l’Utrera Molina, i La calle es mia, i els presos polítics i l’assassinat organitzat pel poder, etc. I que bonic el Movimiento! No te n’enyores?

I ara l’article:

Sobre las mayorías silenciosas

Salvador Cardús i Ros en La Vanguardia

el 16 octubre, 2013


Parece ser que la expresión “mayoría silenciosa” fue usada por primera vez por Richard Nixon el 3 de noviembre de 1969. El presidente norteamericano, en un discurso conocido precisamente como The silent majority speech, apeló al apoyo de la mayoría de norteamericanos que no hacían pública su oposición a la participación de EE.UU. en la guerra de Vietnam. Los movimientos de protesta en contra de la guerra se habían extendido por todo el país, especialmente después de la gran concentración de 200.000 manifestantes en Washington en 1967. El argumento de Nixon era: “Si la voz de una minoría, por ferviente que sea en su causa, se impone por encima de la razón y el deseo de la mayoría, esta Nación no tiene ningún futuro como sociedad libre”. A pesar de todo, sólo tres años después, Nixon retiraba las tropas norteamericanas de Vietnam, renovaba la presidencia y el 27 de enero de 1973 firmaba los Acuerdos de Paz de París.

Sea como sea, la expresión “mayoría silenciosa” hizo fortuna en la España de Franco, aquí para justificar el autoritarismo del régimen en contra de las minorías que se manifestaban contra la dictadura. Es cierto que la fuerza del franquismo se basaba principalmente en una mayoría silenciosa que con su pasividad dejaba el campo abierto a todo tipo de arbitrariedades. Una mayoría silenciosa, sin embargo, que en las puertas de la transición pasaría a ser calificada, ahora en sentido crítico, como “franquismo sociológico”, un término que se atribuye al sociólogo Amando de Miguel. Es decir, la misma idea que había servido para justificar la impunidad del régimen franquista se convertía en la expresión de la coacción implícita e invisible que había hecho tan difícil combatir la dictadura en vida de Franco.

El papel asfixiante de la “mayoría silenciosa” durante el régimen franquista, fabricada con el adoctrinamiento y el miedo, fue bien descrito por José Ribas, fundador de la revista Ajoblanco, en una entrevista publicada en abril del 2008 en Alasbarricadas. Decía Ribas: “El franquismo tiene dos fases: la represión y asesinato terrible (…), y una España, gris, anquilosada, opresiva. Pero lo peor era una mayoría silenciosa, el franquismo sociológico muy extendido, con lo cual rebelarte era muy fuerte y difícil, porque el franquismo tenía muchos adeptos, esto no hay que obviarlo (…). Porque la represión estaba en tu casa, en los lugares de trabajo, en todas partes, y si querías romper con esto, chocabas con la policía y con muchísimos elementos de la sociedad que estaba dormida en esa mayoría silenciosa y siniestra”. Efectivamente, si en una sociedad libre y democrática la mayoría silenciosa podía justificar las decisiones de Nixon, aquí la mayoría “dormida y siniestra” era cómplice del régimen autoritario.

Es por esa razón que cuando a raíz del gran éxito de la Via Catalana del pasado Onze de Setembre, desde los sectores no soberanistas del PP, se empezó a apelar nuevamente a la mayoría silenciosa para despreciar aquella movilización, además de delatar un poso de cultura autoritaria no superada, el recuerdo del contexto de significación franquista hacía chirriar el argumento. Y es que las mayorías silenciosas se supone que se construyen al amparo de las hegemonías políticas, culturales y mediáticas. Y en cambio, en este caso, los mismos que se escudaban en el apoyo de una mayoría silenciosa eran los que denunciaban una hegemonía favorable a la independencia fruto de un supuesto adoctrinamiento separatista. Lisa y llanamente: se contradecían al decir que había una mayoría silenciosa no independentista y al mismo tiempo sostener que se había creado una hegemonía cultural y mediática secesionista.

El éxito de la Via Catalana, sin embargo, no se apoya tan sólo en el gran número de ciudadanos que participaron en ella, sino muy particularmente en el hecho de que se movilizaran. Es decir, lo importante es que toda aquella gente no se resignara a mantener sus aspiraciones en silencio, fueran o no mayoría. Como decía José Ribas, las mayorías silenciosas son siniestras y manifiestan una indiferencia política cómplice con el statu quo. De manera que querer atribuirse como un activo a la gente que calla es verdaderamente un argumento políticamente muy pobre. Y por eso mismo es loable que, finalmente, PP y C’s hayan movilizado los contrarios a la secesión de Catalunya, precisamente para permitir que salgan de su supuesto silencio.

Pero política suele estar reñida con lógica. Así, cuando a raíz de la concentración del 12-O en la plaza Catalunya Sánchez-Camacho aseguraba que “la Catalunya silenciosa ha empezado a hablar”, se metía en un buen enredo terminológico. Primero, porque una mayoría silenciosa sólo lo es si calla. Y después, si los que han querido expresar su voluntad unionista son los que cabían en la plaza Catalunya, ¿quién podrá apropiarse ahora del silencio de los que aún no han hablado? A ver si nos enteramos: si hay que acabar con “el tiempo de silencio de una parte de la sociedad catalana”, como dice Albert Rivera, ¿por qué no la dejamos hablar en las urnas, el único lugar donde la voz del ciudadano tiene valor político? La ventaja de la democracia es que hace desaparecer el argumento de las mayorías silenciosas y permite que todo el mundo que quiera tener voz hable y decida libremente.

A riesgo de hacerme pesado, lo repetiré: es la democracia quien cose la pluralidad política a través de las urnas. Y lo que divide la sociedad es que, por el hecho de no poder expresarse democráticamente, se tengan que dirimir las diferencias en manifestaciones y concentraciones en la calle. Así, mientras no sea posible hacer una consulta, en lugar de mayorías silenciosas, lo que tendremos serán mayorías silenciadas.

Salvador.cardus@uab.cat

 

Joan A. Forès

Reflexions

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